La sabiduría popular dice que cuando el río suena, es porque arrastra un piano y hace rato que el río viene sonando y nos estamos acostumbrando a escuchar en círculos familiares, educativos, psicológicos, etc., que los niños de ahora ya no son como los de antes, que son más despiertos, más irrespetuosos, más hábiles con la informática y la electrónica, más hiperactivos, más precoces, más difíciles. Las viejas soluciones de la abuela o de la bisabuela ya no sirven para “corregir” a los pequeños de hoy. Las viejas recetas pedagógicas que parecieron funcionar eficazmente durante cientos de años, hoy hacen agua por todas partes. ¿Qué pasó? Todo y nada, es la evolución que no se detiene.
En efecto, se nos ha dicho siempre que el gran aporte de Darwin a la humanidad es haber descubierto -o al menos masificado- las bases de la evolución humana, lo que no se dice mucho es que esa evolución continúa hasta nuestros días, frente a nuestros ojos y tiene que ver con avances notables en las cualidades de nuestros niños, cuyo desarrollo mental, en promedio, parece ser superior al nuestro. Tanto es así, que en no pocas oportunidades los encasillamos como enfermos cuando solo son diferentes. Tan diferentes que a muchos les resultan incomprensibles y solo atinan a “normalizarlos” (encajarlos en la norma) a base de pastillas.
Ha sido la vertiente transpersonal de la psicología la que primero habló de los Niños Índigo y lo hizo desde la especial perspectiva de los estudios de psicoespiritualidad que algunas universidades extranjeras con una visión integral y abierta a la investigación, patrocinan y apoyan. Lamentablemente, en nuestro país, la tradición academicista universitaria y el miedo a ampliar los límites de la ciencia mantienen la puerta cerrada de las aulas académicas a los estudios holísticos (1)
Sin embargo, la evolución no se detiene y los nuevos niños han llegado masivamente a nuestras aulas. Varios especialistas sostienen que estos pequeños que mayoritariamente tienen entre cero y quince años no responden a los patrones comunes de comportamiento. Están dotados de una inteligencia y un talento muy altos, pero sus estilos de aprendizaje no son los descritos en los libros de pedagogía y psicología y por ello sus resultados académicos se ven menguados al enfrentarse a métodos educativos caducos y que no consideran sus especiales virtudes: falta de competitividad, marcados sentimienos de compasión, exceso de energía (que los docentes y profesionales de la psicología tienden a confundir con hiperactividad), habilidades para el uso de aparatos electrónicos y computacionales (a los que no siempre tienen acceso en las aulas), una marcada personalidad capaz de enfrentarse a los adultos cuando éstos utilizan para controlarlos los sentimientos de culpa, la exageración o el autoritarismo desprovisto de argumentos.
No son niños fáciles. Su amor por la libertad les impide estar sentados en el banco de colegio “escuchando quietos” una clase. No son disciplinados en el sentido tradicional, se rebelan ante aquellos que intentan imponerles ideas sin considerarlos en las decisiones que les atañen. Saben que hay ciertos conocimientos que son para ellos necesarios ye intuyen que otros pueden ser prescindibles para su desarrollo futuro (esto ya lo decía Rudolf Steiner a principios del siglo pasado). Sobre todo no les interesa el éxito como lo entiende nuestra sociedad. Su éxito, que es anhelo del alma, puede a menudo chocar con los deseos de sus padres y profesores. Su tendencia natural a la bonhomía los lleva a ser excesivamente sensibles y no solo en lo que a sentimientos se refiere sino que también sensibles en cuanto a un desarrollo superior y distinto de sus sentidos, lo que merece un estudio más acabado, imposible de esbozar siquiera en esta página.
Dicen los que saben que el 80 % de los niños y jóvenes de la edad ya acotada tiene varias características de la llamada Frecuencia Índigo y por ello me atrevo a asegurar que dicha condición está presente en la mayoría de nuestros alumnos, puesto que en mayor o menor porcentaje los rasgos de la nueva humanidad se hacen presente. Pero ¿qué significa esto para el colegio?
Sin duda un desafío. Un llamado a abrir los espíritus para enfrentarse a una pedagogía moderna, más humanista, más personal, más afectiva, que indague profesional y eficazmente en la enorme riqueza de cada estudiante, de cada persona que tiene a su cargo y desarrolle con ellos estrategias de aprendizaje en las que el alumno deje de ser el sujeto paciente que recibe lo que el profesor enseña, sino que se convierta en un agente activo, un socio, de su propio aprendizaje.
Sé que muchos dirán que suena bonito, pero que es impracticable. La desesperación mayor de quienes hemos abierto los ojos a este tema es que no somos capaces de transmitir la urgencia de estos cambios. No se trata solo de avanzar hacia una pedagogía más humanista y por ello menos exitista y competitiva, sino de generar instancias de aprendizaje, evaluación y reevaluación que ayuden a que el niño adquiera las habilidades y competencias que le permitan desenvolverse en la vida. Es poner en práctica las premisas más básicas de nuestra Reforma Educacional: Una pedagogía para Aprender a Ser, Aprender a Hacer, Aprender a Aprender y Aprender a vivir con los demás.
Si hacemos todos los niños (ya no hablo aquí de índigo) nos lo agradecerán desde la sinceridad y belleza de sus ojos luminosos
Nota:
(1) Este artículo se escribió antes de que la Universidad del Pacífico abriera la carrera de Psicología Transpersonal y que la Universidad Pedro de Valdivia incoporara medicinas alternativas en su oferta académica.
prof. Benedicto González Vargas
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publicado originalmente en Revista Culturama, diciembre de 2003.